LO QUE HACER

Odio que me digan lo que tengo que hacer. Odio a mi padre. Procuro hacer lo que me pide para no recibir una buena paliza. Hoy no puedo enfrentarme a él. Tengo dos costillas rotas y un ojo morado. Él cuida de mí. Amor paternal.
Me ha mandado a por condones de colores fluorescentes al sex shop de su amigo Roco. El imbécil no puede follar como todo el mundo, tiene que brillar en la oscuridad. Por lo menos hoy el espectáculo es sólo para Sonia, una especie de novia a la que siempre hay que pagar.
Vivimos en un barrio peligroso incluso para los que hemos nacido en él. Siempre me atracan los mismos. No recuerdo la última vez que tuve reloj. Para qué. Así que voy acojonado pensando en los 50 euros que me ha dado mi padre. A él le da igual que sean las tres de la mañana y que yo tenga 11 años, si vuelvo sin un duro duermo en el hospital. Vacaciones pagadas.
Entro en el sex shop. No veo a Roco pero detrás del mostrador hay un hombre canoso, muy alto, vestido de militar, que está cogiendo todo el dinero de la caja y lo está metiendo en una bolsa del Carrefour. Su cara me resulta familiar, será cliente de mi padre. Yo a lo mío. Me dirijo hacia el stand de los condones y cojo los amarillos, los favoritos del ego de mi padre. Me dirijo al mostrador a pagar y veo que Roco está en el suelo, al lado de los consoladores, inmóvil, con la cabeza abierta. A su lado hay un bate manchado de sangre. Casi me meo encima. El tío alto vestido de militar me mira sorprendido. Una cicatriz enorme recorre su mejilla. No dice nada pero me hace un gesto para que me acerque más.
– ¿cuánto le debo?- pregunto asustado.
– Ni idea, pero eres un poco joven para usarlos ¿no? – contesta soltando una carcajada – A ver…, déjame tu carnet, no creo que tengas edad para estar aquí – me dice todavía riendo.
– Son para mi padre – le contesto mientras saco la cartera del bolsillo.
Me la arranca de las manos bruscamente y se pone a examinar su contenido. No puedo dejar de temblar. Me sorprende que preste tanta atención a mi carnet. Noto que su rostro se ensombrece por momentos y le tiendo el billete de 50 euros que guardaba en la mano.
– Tenga, ahí no está el dinero –
– Ya veo… – sonríe de nuevo y me devuelve la cartera – Creo que hoy invita la casa. Vete. Es muy tarde para que un niño ande por la calle. A ver si se entera tu padre.
Guardo el dinero, la cartera, los condones y abandono la tienda. Por lo menos hoy han atracado a otro. Me pregunto si mi padre me dejará algún condón para hacer globitos; han salido gratis. Minutos después, una moto pasa a mi lado. El ruido me molesta. Es el hombre alto vestido de militar. Lleva el bate en la mano y me saluda con él. De lejos parece una de esas espadas medievales que tanto me gustan.
Tardo un rato en llegar a casa, me he parado a comprar algunos bollos en la panadería de Adela. Acaba de abrir. A mi padre y a mí nos encanta el pan caliente. Más vale que tenga algo que llevarse a la boca cuando le cuente lo del Roco.
La puerta del piso está abierta. No me extraña, algún trapicheo paterno de última hora. Oigo gritos que provienen de la habitación de mi padre. ¿Otra bronca con Sonia?, no, discute con un hombre. Me acerco a la habitación y sólo alcanzo a ver cómo el hombre alto vestido de militar va a golpear con el bate a mi padre en la cabeza. Intento detenerlo. Tarde. El hombre me empuja y mi cabeza rompe en mil pedazos el espejo del armario empotrado. Estoy sangrando y no puedo dejar de mirar el cuerpo inmóvil de mi padre. Sorprendentemente ya no estoy asustado.
– No te preocupes por la cicatriz de la cara – me dice sonriendo – ayuda mucho a ligar con las fulanas.
El tío alto vestido de militar sale de casa dando un portazo. Ya no hay nadie que me diga lo que tengo que hacer. No sé qué hacer.

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