NO ES CULPA MÍA

No queda mucho tiempo. Mi cuñado estará a punto de llegar a casa y yo todavía no sé dónde esconder el hacha. No tengo otra opción. Soy joven y no quiero acabar en un reformatorio. Me gustaría estudiar medicina, o quizás biología, y en el mejor de los casos me meterán en una de esas instituciones de salud mental donde te atiborrarán a pastillas. Yo, que nunca me tomo una aspirina.
En el jardín hay una pequeña tumba donde recientemente han enterrado al gato. Podría abrirla y meter ahí el hacha. No sé si me dará tiempo. Mi hermana quería mucho al gato. Se lo regaló mi novia el verano pasado, pero parece que tenía no se qué enfermedad congénita que lo ha matado en unos meses. Tampoco me importaría ser veterinario. La verdad es que no entendí a qué venía ese regalo. No era su cumpleaños y teniendo en cuenta que recientemente se había quedado en paro, no estaban las cosas para celebraciones. Mi cuñado nunca dijo nada, pero se notaba que tenía celos del gato. Del gato.
Llevo más de un año con mi novia. Es un poco mayor que yo y ya está en la universidad. Estudia Historia del Arte. Me la ligué en un museo, o me ligó ella, no lo tengo muy claro, pero lo que nos hizo inseparables fue nuestro amor a la pintura. Yo pinto y a ella le encanta mirar cuadros. Dice que tengo mucho talento y que debería estudiar Bellas Artes. Puede que lo haga. Haría cualquier cosa que me dijera.
Presenté mi novia a mi familia la navidad pasada, en Nochevieja, y desde entonces mi hermana y ella se han hecho íntimas. Siempre me ha sorprendido la facilidad con que las mujeres se hacen amigas del alma y deciden de forma tácita que nunca más irán solas al baño. Lo curioso es que no tienen nada en común, a mi hermana ni siquiera le gusta el arte, así que me resulta imposible imaginar qué es lo que las une.
Ayer me pasé por casa de mi hermana para pedirle consejo. Ella es la persona que mejor me conoce y supuse que me podría ayudar a decidir qué carrera escoger. Tengo llaves de su chalet y sabía que mi cuñado estaba de viaje de negocios, por lo que entré sin llamar. Oí el ruido de la ducha, y me dirigí a la cocina a por una cerveza. Me encanta la cara de mi hermana cuando sale del baño y me encuentra con los pies encima del sofá viendo la tele.
De repente sonó un móvil en el dormitorio. El Réquiem de Mozart. Es lo que se oye cuando la familia de mi novia llama. La puerta del baño se abrió y la ví correr entre risas por el pasillo, desnuda, mojada, hermosísima. Mi hermana salió detrás. Nunca la había visto así, radiante. Cogí mi cerveza, apagué la tele y cerré la puerta procurando no hacer ruido. No soy de montar numeritos.
Llamé a uno de esos amigos colgados que todos tenemos y le pedí que me consiguiera pastillas, grises o azules, de las que por lo visto te hacen olvidar las penas. Nos tomamos una cada uno y bebimos un montón de ron del malo. Lo siguiente que recuerdo es estar en el dormitorio de mi hermana, despertarme en un charco de sangre, y con el hacha de mi cuñado descansando encima de mi pecho. A mi lado, las dos casi duermen, destrozadas, aún con la cara desencajada del miedo, abrazadas, como si así hubiesen podido impedirlo.
Tengo que esconder el hacha. He sido yo pero la culpa no es mía. No recuerdo nada , eso me ayudará a seguir viviendo. Haré medicina. Es lo que hubiese querido mi hermana.

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